Una escuela antirracista y reparadora

Una escuela antirracista y reparadora

La apertura crítica constituye una invitación directa para que maestras y maestros se arriesguen a darse cuenta de las autorrepresentaciones o la manera como se asumen en el espacio escolar.

ARLEISON ARCOS RIVAS

A la escuela le cuesta ser antirracista e históricamente reparadora. Los discursos que la escuela privilegia pueden seguir siendo fuente de nuevos racismos, tal como evitan el vigor transformador de las relaciones históricas entre los pueblos, producto de la exaltación monocultural en las distintas disciplinas que la habitan.

Nacidas de un diálogo infecundo con la academia convencional profesada en las universidades, las diferentes disciplinas escolarizadas suelen caer en una práctica reproductiva de los saberes aprendidos en los claustros que dicen ser de educación superior, en los que la criticidad, la inventiva y la apropiación creativa de conocimientos no constituye un principio básico de la formación de maestras y maestros normalistas o licenciados; tanto como en sujetos de otras profesiones que se presentan a los concursos de ingreso a la carrera docente con poca o ninguna trayectoria pedagógica o didáctica en su currículo.

Bajo tal recorte, el magisterio pierde la potencialidad de entenderse gestante de relaciones epistémicas pares y suficientes que, volcadas sobre los saberes en torno a África, su descendencia, su presencia y pasión reexistente, le hagan partícipe de una conversación en la que se requiere alimentar habilidades y capacidades para acrecentar el cimarronaje intelectual y la insumisión epistémica que, en palabras de Jorge García “confronta, critica y subvierte el proyecto colonizador europeo-occidental y la estructura académica que lo sostiene”.

Urge ahondar en la formación de maestras y maestros, para que se asuman como actores disciplinares y sujetos críticos en la escuela. Hoy se los encuentra, en buena medida, como técnicos oficiosos en tareas instrumentales de la enseñanza, seriamente afectados por la falta de referencias intelectuales que hagan de su quehacer un ejercicio de interrogación consciente y transformación constante de las relaciones entre los sujetos que habitan la escuela, los saberes que privilegia y las dinámicas sociales que contribuye a perpetuar o trasmutar.

Más allá de la ocupación instrumental transmisora, por la que resultan asalariados del estado posesionados o vinculados para ejercer una función pública hasta jubilarse, quienes ingresan al magisterio constituyen una fuerza histórica activa y reflexiva llamada a educar en la práctica de la libertad, como reitera Paulo Freire. No hacerlo es engaño y complicidad orgánica con lo instituido.

Esta tarea cobra mayor relevancia hoy, en una sociedad ingenua, masifica y controlada; plagada de insensatez y de analfabetas digitales acríticos, altamente permeados por el consumo intensivo de información fraudulenta, parcializada y superflua. Bajo el dominio del anonimato y de los perfiles falsos, pululan palabras ofensivas, agresiones, amenazas, estereotipias, violencias y expresiones de odio, frecuentemente enraizadas con manifestaciones degradantes, deshumanizantes, indecorosas animalizantes, sexistas, racistas y misóginas.

Contra la incapacidad crítica ya advertida por Nietzsche, y  con la esperanza de aportar al despliegue crítico en la tarea del magisterio,  Bell Hooks nos acompaña con dos de sus producciones, que circulan en libertad, fortaleciendo los propósitos antirracistas, integrando las herramientas del pensamiento crítico al propósito de enseñar a transgredir.

Para la práctica creativa del antirracismo y sus aportes a la reparación histórica en el espacio escolar, estas dos joyas pedagógicas constituyen una invitación a quebrantar los códigos tradicionales con los que se reproducen en las aulas y espacios educativos las convenciones y límites asociados a la pertenencia de clase, la expresión de las identidades, y la asunción de la diferencia étnica, de género y sexual.

También resultan infaltables los trabajos de Ibran X. Kendi, quien nos convoca a caminar hacia el descubrimiento de cómo ser antirracista, identificando las coordenadas como aparece, emerge, se camufla y se interioriza el racismo a lo largo del tiempo; no sólo en sujetos marcados al nacer por procesos de imaginación social desfavorables y despreciativos, que no se reducen al trato cotidiano sino que responden a sofisticados y laboriosos procesos académicos, políticos y económicos altamente institucionalizados y estructurantes.

Esto para empezar, pues la apertura crítica constituye una invitación directa para que maestras y maestros se arriesguen a darse cuenta de las autorrepresentaciones o la manera como se asumen en el espacio escolar. No son sólo emisarios de saberes y conocedores expertos de disciplinas cargadas de afirmaciones biologizantes y pseudocientíficas reiteradas en el tiempo.

La primera transgresión que la escuela debe producir, ha de ocurrir en maestras y maestros dueños de su cuerpo, de su historia, de sus emociones y de sus sentimientos. Ninguna nueva idea rupturista podrá resultar desencadenante en el aula, si antes no ocurre una trasmutación que lleve al magisterio a conocer, en prácticas, teorías y quehaceres escolares, lo que se ha sido y lo que se es; desenmascarando sin disimulos ni tapujos sus propios prejuicios y cargas racializadas, sea cual sea su procedencia étnica.

De ahí que la maestra y el maestro deban hacerse conscientes de quién habla cuando hablan, qué dicen, cómo lo dicen y lo hacen, por qué deberían ser escuchados y cuál debería ser el efecto de lo que activan en la cotidianidad escolar.

Es en esta ruta que el antirracismo resulta posible en la dinámica escolar, al enfrentar el racismo como problema en la cotidianidad del aula, en la planeación de áreas y campos del conocimiento, en la concepción epistémica que anima el currículo, y en las relaciones e interacciones que la escuela fomenta entre todas y todos sus actores; consolidando nuevos escenarios para que la diferencia étnica no se constituya en desventaja para nadie.

Si la práctica escolar es una convocatoria a preservar la efervescencia de lo humano conquistado en cada nuevo sujeto que habita la escuela, esta ni debe ni puede limitar su potencialidad emancipatoria y crítica, por no advertir el peso que tiene el que siga arrastrando la pesada cadena del diseño racial del mundo predicado en las aulas.

– Este artículo fue originalmente publicado en Diáspora.

CGT Enseñanza Aragón

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