Nuevo gobierno: ¿nueva educación?

Joan M. Girona

«Repetimos una y otra vez que la educación es responsabilidad de toda la sociedad. La mejora que quisiéramos también es responsabilidad de todos y todas. Sin esperar que lo arreglen o mejoren desde los gobiernos.»

Hemos tenido elecciones generales. Hemos soportado una larga campaña electoral que ha incluido debates unos dí­as antes de la fecha electoral. Los comentaristas o tertulianos polí­ticos (estos tertulianos que entienden de todo) explicaron que en los debates se habí­a hablado muy poco de educación. Piensan que tal vez pasará lo mismo en la campaña para las municipales y europeas.

Discrepo. Se ha hablado poco de enseñanza pero mucho de educación. Confundimos en el hablar cotidiano las dos palabras. La educación es algo más amplio e importante que la enseñanza. La confusión ya proviene de los tí­tulos de las sucesivas leyes que se denominan «de educación» y sólo hablan de los sistemas de enseñanza escolar. Algo parecido ocurre con las consejerí­as o ministerios de cultura. La cultura es algo más amplio que las actividades de tipo artí­stico: todo lo que hacemos las personas en una sociedad a lo largo del tiempo es cultura. La manera de cuidar bebés, de relacionarnos con las generaciones mayores, la igualdad o desigualdad de género que practicamos, las luchas para mejorar la realidad… son aspectos de la cultura de una comunidad o un pueblo o un paí­s. Lo que entendemos por cultura habitualmente reduce mucho el concepto y su aplicación.

Eso mismo vale para la educación. En los debates se ha hablado de temas que entran de lleno en el campo educativo, pero sobre todo han deseducado con los hechos (se educa más con lo que hacemos que con lo que decimos). Así­ pues, hemos tenido bastantes ejemplos de deseducación. Descalificaciones e insultos directos o indirectos, no respetando los turnos de palabras, interrumpiendo continuamente al que hablaba. Se han dicho un montón de mentiras, con consciencia de que lo eran. Se ha hablado de justicia social, de transparencia, de convivencia, de relaciones igualitarias… pero con actitudes contradictorias. Se ha dado un ejemplo desastroso a jóvenes y adolescentes. Debemos reconocer, sin embargo, que no todos los polí­ticos se han comportado igual: ha habido alguna meritoria excepción.

Tendremos nuevo gobierno. ¿Qué podemos esperar? ¿Una nueva ley de enseñanza? ¿Una mejora de la educación en el sentido amplio que comentamos? Es probable que el gobierno entrante quiera hacer su ley, siguiendo una triste tradición de cambiarlas cada poco sin evaluaciones serias. No es probable que cambie la educación tal como a nosotros nos gustarí­a.

Repetimos una y otra vez que la educación es responsabilidad de toda la sociedad. La mejora que quisiéramos también es responsabilidad de todos y todas. Sin esperar que lo arreglen o mejoren desde los gobiernos.

Toda la comunidad educa: escuelas, familiares, red asociativa, centros llamados «culturales» (ejemplo de la reducción que decí­amos), clubes deportivos no competitivos, bibliotecas, centros de salud, centros recreativos, entidades, cines, teatros, plazas y calles, parques públicos…

A partir de esta amplia relación, que no agota todo aquello que educa, se puede actuar en muchos campos sin participación de los polí­ticos. Nos toca hacerlo a maestros y profesorado, a los adultos de cada grupo familiar, a las personas implicadas en las muchas asociaciones que existen, a quien tiene responsabilidad dentro de los clubes deportivos, al personal sanitario, a quienes trabajan en la educación social, a las responsables de bibliotecas, a la gran cantidad de monitores y monitoras de tiempo libre, a todas las personas que convivimos en pueblos, barrios y ciudades, que cuidamos los animales y las plantas, que procuramos que las criaturas encuentren unos entornos agradables… Todo esto es educar y mejorar la EDUCACIÓN en mayúsculas. Si no lo hacemos nosotros nadie lo hará desde el poder de las administraciones públicas.

En la enseñanza, en la escuela y en la vida hacemos POLÍTICA también en mayúsculas, al servicio de la sociedad, para mejorarla, para mejorarnos. Este es el sentido primero y principal de la acción polí­tica: todo lo que tiene que ver con las personas y sus preocupaciones. Los esfuerzos para ponernos de acuerdo y tomar decisiones que resuelvan las situaciones que plantea toda convivencia entre personas humanas. La manera de pensar también influye, la intención deberí­a ser lograr el bien común, un concepto muy de actualidad.

La polí­tica profesional en minúsculas es la que hacen los polí­ticos, desde los gobiernos, desde los partidos. Que a veces, ayuda. Pero que a veces, quizás demasiadas, perjudica.

De nosotros depende que haya una NUEVA EDUCACIÓN. No debemos confiar demasiado que nos lo arreglen desde el poder. Las elecciones son importantes para elegir a los gobiernos, pero para cambiar de verdad las cosas en sentido positivo hace falta la acción cotidiana de la mayorí­a de la población. Si la presencia de las mujeres en los espacios públicos ha aumentado, si han mejorado un poco sus condiciones de vida y nos hemos acercado un poquito a la igualdad, ha sido por las luchas en la calle y no por las actuaciones de los gobiernos. Si conseguimos que las pensiones de jubilación se mantengan y aumenten según el costo de la vida será gracias a las manifestaciones y protestas de tantos y tantas pensionistas. Pues bien, mismo vale para cualquier cambio o mejora en los campos de la enseñanza y la educación.

No podemos desfallecer: los polí­ticos actuarán si se lo exigimos; si no, esperarán tranquilos a que pasen los cuatro años de rigor hasta las próximas elecciones.

Joan M. Girona es maestro y psicopedagogo

Artí­culo originalmente publicado en mientrastanto.org

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