«No podemos dejar en manos de la pornografía la educación de los niños»

La educación en igualdad es, para los expertos, la clave y la única herramienta útil para acabar con el machismo, la discriminación y las agresiones sexuales. Eliminarla del ámbito educativo y dejarla al albedrí­o de las familias, como reclama Vox, perpetúa discriminaciones y mantiene esterotipos.

Las denuncias sobre violencias sexuales no han dejado de crecer en los últimos años, registrando un incremento del 35% entre 2015, en que se registraron unas 7.000, y 2018 cuya cifra superó ligeramente las 10.700, según datos del Ministerio del Interior. Las agresiones en manada (aquellas que se realizan en grupo) también han experimentado un incremento tremendo, tal como se desprende de los datos recopilados por la web geoviolenciasexual.com, mantenida por Feminicidio.net que, basándose en informaciones aparecidas en medios de comunicación cifran en 125 este tipo de agresiones entre 2016 y lo que va de 2019. Sin embargo, no existen datos oficiales sobre este tipo de violencias, puesto que las estadí­sticas no recogen el número de agresores en estos delitos.

No hay consenso sobre si este incremento significa un aumento del número de abusos y agresiones sexuales o si se debe a una mayor conciencia sobre la necesidad de denunciar, pero lo que sí­ recalcan muchos especialistas es que estas cifras reflejan sólo la punta de un iceberg, puesto que se calcula que entre el 70 y el 80% de estas agresiones nunca llegan a denunciarse y permanecen ocultas.

De lo que no cabe duda es de que la educación es la clave y la única herramienta eficaz para acabar con estas violencias. Así­ lo reconocen la mayorí­a de las expertas en violencia de género, educadores y psicólogos. Pero a pesar de que tanto la ley integra contra la violencia de género de 2004 y la de Igualdad aprobada en 2007 reconocen la importancia de la educación y dedican una parte importante de su articulado a la necesidad de educar en igualdad, poco o nada se ha avanzado en este ámbito a nivel Estatal.

«El intento de incorporara a nivel nacional una asignatura en esta materia durante el Gobierno de Rodrí­guez Zapatero, la conocida como Educación para la Ciudadaní­a (que también incluí­a en su nombre ‘y de los Derechos Humanos’) duró apenas seis años (desde diciembre de 2006 a noviembre de 2012), hasta que José Ignacio Wert, ministro de educación con Rajoy, la derogó«.

«Desde entonces, los únicos esfuerzos por implantar una educación en igualdad se han librado en algunas comunidades autónomas. Andalucí­a y Paí­s Vasco llevan algunos años desarrollando un plan en este sentido. El más reciente, conocido con el nombre de Skolae y que puso en archa en 2017 la Comunidad de Navarra, está librando en estos dí­as una batalla judicial en la Audiencia de Navarra (la misma que juzgó a La Manada), denunciado por algunas asociaciones ultracatólicas y un grupo cinco familias.

Ente las acusaciones que esgrimen las denuncias figura que a los niños se les enseña «ideologí­a de género» y que desde pequeños (el programa abarca todas las etapas educativas desde los 0 a los 18 años) va en contra de los varones y que promueve la homosexualidad y la masturbación en las aulas.

El surgimiento de Vox ha vuelto a poner en la picota los intentos de avanzar en planes para educar en igualdad, tolerancia y diversidad. Desde Andalucí­a (donde sus votos sostienen al Gobierno del Partido Popular y Ciudadanos), pasando por Murcia y la Comunidad de Madrid (en donde son claves para negociar gobiernos de derechas), sus exigencias en educación se han dejado oí­r alto y claro: quitar competencias de educación a las comunidades autónomas, que ésta pase a ser una competencia de «ámbito estatal», y que sea necesaria la autorización parental para «cualquier actividad con contenidos de valores éticos, sociales, cí­vicos morales o sexuales».

¿Pero qué significa dejar la educación sexual al margen de la educación reglada? En la práctica, reflejan muchos expertos, eliminar o no incluir la educación afectivo-sexual en los colegios desde los primeros años significa dejar la educación sexual en manos de la pornografí­a, una práctica en la que se inician los niños (mayoritariamente los varones) a edades cada vez más temprana gracias a la facilidad de acceso que proporcionan los teléfonos y los dispositivos electrónicos. Según un reciente estudio de la Universidad de las Islas Baleares, este umbral ha bajado a los ocho años, edad en la que ya algunos menores tienen acceso a porno agresivo.

«Si ni la escuela ni las familias educan en lo afectivo-sexual ¿qué hacen? Se van a la pornografí­a. Pero no podemos dejar en manos de la pornografí­a mainstream, la más violenta, la educación sexual de las criaturas. Lo que hay que hacer es educar en los colegios desde la infancia y no sólo en la adolescencia. Porque los adolescentes lo ven como que les vas a dar una charla para decirles que tengan cuidado. Y no se trata de eso. Hay que educar desde que nacen en el respeto, en los cuidados, en los afectos, en donde están los lí­mites y también en dónde están los placeres. Esto no significa promover la masturbación desde los niños de cinco años como se ha acusado al proyecto Skolae», afirma Carmen Ruiz Repullo, experta en coeducación y una de las promotoras del programa navarro.

Esta experta explica que es necesario adaptar los contenidos a las distintas edades. Por ejemplo, en los más pequeños es importante educar en la igualdad, en la empatí­a, en los afectos. «Si me gusta o no que me den un abrazo y cuando no lo quiero o no quiero un beso… Eso también es sexualidad. Y en esto deberí­amos tener una asignatura desde infantil hasta secundaria obligatoria y que las criaturas vayan pasando por ella con profesores formados». Ante la idea de que esta es una esfera en la que sólo deberí­an entrar las familias, esta experta aduce que «no puedes tener la certeza de que todas las familias eduquen en lo afectivo sexual desde la diversidad en condiciones. Ahora bien, si tengo un sistema educativo sostenido por fondos públicos sí­ se puede meter ahí­ eso, para que al menos ahí­ si se vayan educando».

Esta idea es compartida también por Miguel Ángel Arconada, profesor y experto en educación igualitaria. «Los hijos e hijas de las familias no igualitarias también tienen derecho a ser cuidados y educados en igualdad. No se puede imponer la ignorancia a los hijos e hijas sobre determinados temas por parte de sus familias. El derecho individual a recibir educación para la igualdad y para el derecho a una biografí­a sexual sana e igualitaria está por encima del deseo familiar de ignorancia sobre determinados temas. La masculinidad hegemónica construye una fantasí­a sexual de dominación sobre las mujeres y de disponibilidad permanente de estas. La coeducación afectivo-sexual rompe con este imaginario sexista».

En un hilo de twitter, la profesora y escritora de literatura infantiles Eva Moreno Villalba, lo explicaba con claridad. «Lo que me preocupa mucho es que esta idea, este mantra que algunos repiten tanto ahora sobre la libertad de los padres para decidir lo que enseñamos en las escuelas e institutos, es altamente peligroso para una sociedad que deberí­a querer ser democrática, tolerante, plural y culta. Si empezamos a dejar que los padres censuren lo que se enseña en las escuelas, acabaremos, como ya ocurre en algunos paí­ses, colocando al mismo nivel las teorí­as cientí­ficas sobre la creación del universo y la evolución, y el Génesis.

Y si impedimos que en la escuela se impartan talleres sobre tolerancia, respeto, buenas prácticas en las relaciones personales, educación sexual, prevención de la violencia de género, educación medioambiental, prevención del acoso escolar, uso correcto de internet, etc. porque a una familia u otra le parece mal esto o aquello, nos va a quedar una sociedad en la que va a dar bastante asco vivir».

Para esta profesora, las familias y la escuela son los dos principales agentes de socialización del individuo. «Es bueno que se complementen, pero, al menos en el nivel de las ideas, de la transmisión del saber y de los valores democráticos, no se puede permitir ni fomentar el veto de las familias. Si no es así­, ¿qué escapatoria le va a quedar a un chico o chica cuya familia le diga que es un enfermo por su orientación sexual? ¿Qué posibilidad van a tener muchos adolescentes de oí­r hablar de temas que en su casa son tabú? Incluso de acercarse al saber cientí­fico que algunas corrientes fundamentalistas desprecian? A mí­ me asusta lo que parece que se nos viene encima. No deberí­amos dejar que ocurra», afirma.

Quien agrede no está mal de la cabeza

«Lo primero que hay que hacer es educar en igualdad y en que hay formas diferentes de ser chicos y de ser chicas para borrar los estereotipos y esos prejuicios y roles de género que se van aprendiendo desde la infancia. Es decir, cuestionar el modelo de masculinidad que hay, porque hay mucha gente que cree que quien agrede está mal de la cabeza. Y no es verdad. Quien agrede sexualmente o quien agrede a su pareja es un hijo sano del patriarcado». afirma Ruiz.

«No hablarí­a de perfiles concretos ni de psicopatologí­as del agresor sexual, porque ninguna de las dos cosas existen», enfatiza la psicóloga Carme Sánchez Martí­n, experta en sexologí­a y autora del libro El sexo que queremos las mujeres. «No existe un determinado perfil de acosador sexual y los agresores no tienen un problema mental, sino que tienen un problema en su forma de entender las relaciones y sus derechos».

Tal como explica la psicóloga los patrones de comportamiento se fijan a edades muy tempranas en los niños y son muy difí­ciles de cambiar a edades más adultas. «Según mi experiencia tratando a hombres agresores sexuales, en general estas conductas son muy difí­ciles de modificar y de rectificar, porque tienen establecidos unos valores muy determinados y es muy difí­cil de cambiarlos. Por eso es importante la educación temprana, para que estos estereotipos y esta visión de los privilegios no se anclen».

«Estamos en un paí­s en donde no hay una educación sexual y afectiva reglada y esto crea grandes desigualdades. Porque hay personas que te cuentan que en su centro han trabajado el tema de la sexualidad con juegos de roles y otras técnicas que se emplean con niños y menores para trabajar situaciones sexuales no consentidas, de respeto a la otra persona. Esto contrasta con muchas otras que te cuentan que les han dado una charla para aprender a poner el preservativo y poca cosa más. Que no es que no sea importante, pero se queda muy corto, porque tal vez más importante es saber cómo negocian el uso de ese preservativo, más que el preservativo en sí­.

Esta especialista afirma que queda mucho trabajo que hacer con los varones en relación a la empatí­a, los privilegios y mirar la construcción de la masculinidad desde otra perspectiva. Pero también mucho trabajo que hacer con las niñas desde la escuela, sobre todo en el ámbito del empoderamiento. «A las mujeres nos han educado para sentir culpa y casi siempre se mortifican pensando que podrí­an haber hecho algo para evitar una agresión, y no es cierto. Siempre parece que las mujeres han dado pie a los agresores para que las agredan. Esto es el patriarcado y el miedo a no ser creí­da, la culpa atávica, es lo que da muchas veces pie a que no se denuncie», añade Sánchez.

«En las chicas hay que trabajar mucho el empoderamiento. Que aprendan a enfadarse cuando están enfadadas, a que se lo permitan. A que no se callen cuando una cosa no les sientan bien. Porque nos han educado mucho en el tema de agradar, que no saquemos los pies del tiesto y a callarte para que no metas la pata! Haz lo que se espera de ti. Y todo eso al final se nos viene en contra. Si esto no te gusta, dilo, sin no te apetece hacerlo, dilo. Y antes de que nadie se meta con tu cuerpo, páralo. Hay que empoderarlas mucho en el tema del cuerpo y la autoestima y de la sexualidad, porque está invisible ahora mismo», añade Ruiz.

Para Ruiz es importante, también, dejar de hablar de consentimiento y comenzar a hablar de deseo y de relaciones deseadas. «Cuando yo deseo una relación la estoy consintiendo. Pero a veces consentimos cosas que no deseamos, por miedo, por presión por intimidación, por fuerza… Por un montón de cosas. Por lo cual el consentimiento habrí­a de dejarlo porque no siempre que se consiente se hace desde el deseo y desde la libertad».

Artí­culo originalmente publicado en Publico.es

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