El muro de la educación también separa a Israel de Palestina

Amaya Galili nació y creció en Israel y ahora está rodeada de libros que narran la historia de aldeas palestinas destruidas durante la Nakba (catástrofe). Entre pausas para recordar, cuenta que antes de empezar la universidad entrevistó a gente de su pueblo para saber cómo era la vida en el lugar antes y después de 1948: «Me contaron que al principio conviví­an con los palestinos y que más tarde ya no estaban allí­, se decí­a que se habí­an ido al Lí­bano y a Siria. En medio de los dos relatos solo habí­a un gran agujero negro y a mí­ ni si quiera se me pasó por la cabeza preguntar qué habí­a ocurrido en 1948».

«En los libros de texto israelí­es no se menciona en absoluto la Nakba ni ningún hecho de la historia del otro bando. Ni si quiera aparece la palabra Palestina, tan solo se habla de minorí­as árabes», asegura Nurid Peled-Elhanan, profesora en la Universidad Hebrea de Jerusalén y escritora del libro Palestina en los libros de texto israelí­es. Al lado de Nurid se encuentra Samira Alayan, docente en la misma universidad y palestina con DNI israelí­ especializada en la educación en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este.

«Del lado palestino hay un único libro de texto que financia el Banco Mundial y la Unión Europea y que está escrito con un control total sobre el conocimiento y con censura directa», afirma Samira. Según ella, la meta principal de la educación palestina es la de construir una identidad nacional sin presentar en profundidad el lado israelí­ ni hablar de lo que realmente significa la ocupación.

Omar Hmidat nació en una pequeña aldea cerca de Hebrón pero vivió gran parte de su vida en el campo de personas refugiadas de Dheisheh, en Belén. Allí­ estudió en una escuela de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo «UNRWA» y ahora está terminando la carrera de comunicación.

«No creo que la educación palestina nos prepare para ser conscientes de lo que realmente supone la ocupación israelí­. Yo, cuando terminé el instituto, estaba vací­o. Recuerdo que en el colegio nos hablaban de la Declaración de Balfour, la Nakba, los Acuerdos de Oslo, pero los presentaban como temas aislados, en ningún momento fomentaban el pensamiento crí­tico», relata.

Omar tiene un discurso caótico a la par que bien argumentado y sus subidas y bajadas de volumen ensalzan los hechos que quiere recalcar. Su tono se eleva cuando cuenta que el 15 de mayo, dí­a de conmemoración de la Nakba, es festivo en Palestina y que, por lo tanto, los niños y niñas no tienen que ir al colegio y se alegran por ello. «En la escuela nadie les explica que la Nakba no es un dí­a de celebración, deberí­an ser conscientes de por qué ese dí­a no hay clase y lo que supuso el 1948 para los palestinos, pero nadie se lo cuenta», argumenta.

A Amaya tampoco nadie le ha contado durante sus años de estudiante lo que fue la Nakba. De hecho, ni siquiera sabí­a lo que significaba esta palabra: «En Israel solo se habla de las batallas con los árabes y las muertes en el bando judí­o». Amaya, a raí­z de su entrada en la universidad, comenzó a indagar más sobre la historia Palestina y en ese momento se dio cuenta de todo lo que le habí­an ocultado durante sus años de instituto y asegura que fue «un shock muy grande». Nurid concuerda con ella: «Para mi este proceso comenzó cuando me mudé al extranjero, es muy duro darte cuenta de que has estado viviendo en una mentira durante toda tu vida». Esta profesora explica que en Israel los libros de texto los hacen empresas privadas pero que antes de su publicación tienen que pasar el filtro del Ministerio y, para eso, deben promover ideas sionistas.

«En el colegio fomentan la idea de que los árabes son primitivos, pobres y que viven en casas de barro. Cuando me enteré de que hace décadas en una aldea cerca de Tiberí­ades los palestinos habí­an inventado un sistema de división equitativa de agua entre ellos me quedé sorprendida, tení­a la imagen de que no sabí­an hacer nada», cuenta Amaya.

Nurid, después de años dedicados a la investigación en este campo, afirma que en Israel no se enseña nada ni sobre la cultura palestina en particular ni sobre la árabe en general: «Muchos israelí­es piensan que en Palestina no tienen ni coches, viven a diez minutos de ellos y su conocimiento sobre el lugar es nulo». Según esta profesora, los árabes aparecen siempre representados en los libros de texto israelí­es a través de imágenes racistas, generalmente hombres con camello o mujeres totalmente cubiertas. «En la educación israelí­ se hace hincapié en que los palestinos son nómadas para fomentar la idea de que no tienen ningún tipo de conexión con esta tierra, que están aquí­ de paso», asegura Nurid. También cuenta que ella, de vez en cuando, invita a artistas árabes a dar charlas sobre música, cine o pintura en la universidad y que sus alumnos se quedan asombrados porque ni se podí­an imaginar que existiera arte palestino.

Omar, desde el otro lado del muro, también cree que en su sistema educativo no se les enseña a los niños nada sobre Israel ni los israelí­es: «No sabemos quiénes son, ni si quiera estudiamos hebreo, lo que yo considero fundamental». Con respecto a este tema, Samira afirma que la ocupación se presenta de forma muy limitada en los libros de texto palestinos: «Se habla del apartheid en Sudáfrica y en la página siguiente aparece una imagen del muro de separación entre Cisjordania e Israel, pero en ningún momento se hace el ví­nculo directo entre ambas ideas». Las fotografí­as de los libros son un claro ejemplo del control del conocimiento en ambos lados. Samira tan solo ha encontrado en su estudio una foto de un soldado israelí­ y Nurid una de un checkpoint que, además, estaba vací­o.

Para Nurid, lo que se pretende conseguir con este control es que los israelí­es dejen de ver a los palestinos como personas y justificar, de esta forma, los asesinatos y el colonialismo. Según ella, todo lo que les cuentan a los estudiantes en el colegio los prepara para enfrentarse a los 18 años al servicio militar obligatorio. Amaya opina lo mismo: «Es imposible ir al ejército siendo tan joven sin tener muchas razones y sin creer profundamente que esta es la única manera que tenemos los judí­os de sobrevivir». En Israel, la educación en el miedo funciona como una justificación a la ocupación. «Los israelí­es viven en un estado de terror profundo, los niños respiran holocausto desde los tres años y el sistema les mete en la cabeza que la única manera de sobrevivir a otro exterminio es acabando nosotros primero con los árabes, que son nuestra principal amenaza en el momento», explica Nurid.

Amaya cree que una de las mejores formas de combatir esta censura en la educación es la educación en sí­ misma. Actualmente trabaja en Zochrot «recordando» en hebreo una organización israelí­-palestina cuya misión es hacer llegar a los israelí­es la historia del otro lado. «A veces cogemos las herramientas que el sionismo utiliza para extender sus ideas y les damos la vuelta», narra.

Amaya explica que, por ejemplo, una de las estrategias que tiene el sionismo para justificar que esta es su tierra consiste en promover que la ciudadaní­a israelí­ conozca cada rincón del paí­s a través de excursiones y tours. «Nosotros hacemos lo mismo pero, en vez de dar a conocer Israel, organizamos salidas a las aldeas palestinas destruidas durante la Nakba y las marcamos con su nombre original en árabe, hebreo e inglés. A veces incluso vamos más allá y escribimos en las paredes de las casas a qué familia palestina pertenecí­a esa vivienda», cuenta.

En Zochrot también trabajan con los colegios israelí­es. De hecho, han escrito un programa educativo desde cero explicando toda la historia palestina, pero son muy pocos los profesores que lo aceptan y, los que lo hacen, no tienen tiempo para impartirlo porque se deben ceñir al currí­culum oficial. Amaya cuenta la solución que han encontrado para solventar este problema: «Cuando nos dimos cuenta de esta dificultad, decidimos trabajar con el material escolar oficial e intentar buscar grietas a través de las cuales encajar parte de la historia palestina».

Para Omar también es fundamental que exista información alternativa a la que se promueve en las escuelas para los jóvenes palestinos: «A mí­ la educación popular me enseñó todo lo que sé. Cuando salí­ del colegio tan solo conocí­a como partido polí­tico a Fatah, supe que habí­a más variedad por las pintadas en las paredes de los campos y por lo que me contaron en algunas organizaciones locales». Él es voluntario en Laylac, una asociación del campo de refugiados de Dheisheh que tiene como finalidad el desarrollo de la comunidad a través del trabajo voluntario y la concienciación sobre la situación palestina.

«La existencia de entidades como Laylac me parece maravillosa y terrible a la vez: por una parte creo que su trabajo es increí­ble, pero por la otra sé que existen porque tienen que cubrir el vací­o que deja la educación formal y eso no deberí­a ser así­», narra. Para él también fue duro el momento en el que se dio cuenta de la realidad que lo rodeaba: «Racionalmente me alegro de haber descubierto la educación popular e involucrarme en ella, siento que existe una responsabilidad polí­tica por parte de los palestinos hacia nuestro paí­s. Sin embargo, emocionalmente me destruyó, las cosas se complican mucho cuando eres consciente de lo que supone vivir bajo un régimen colonial y es mucho más difí­cil ser feliz».

La defensa de una educación libre tiene consecuencias en ambos bandos. Según Amaya, a Zochrot le ponen muchos problemas para realizar sus actividades en espacios públicos y algunos de los profesores israelí­es que aceptan su programa son perseguidos y acusados por otros compañeros, alumnos, madres y padres». También Nurid asegura recibir muchos mensajes amenazantes: «Ayer, sin ir más lejos, me enviaron un texto diciéndome que estaba loca y que debí­an ingresarme en un hospital psiquiátrico». Además, cuenta que la universidad en la que trabaja recibe todos los años cartas del Ministerio para que la despidan, pero que por ahora todaví­a no lo han hecho. Esta profesora confiesa que, no hace mucho, envió un escrito a la ONU para pedir que hagan una comisión de evaluación de la educación israelí­: «Creo que es importante que esto cambie, no solo para los palestinos sino también para los propios israelí­es, que están traumatizados y viven en una mentira».

Para ella, lo mejor que puede ocurrir es que la comunidad internacional deje de financiar el sionismo. Aun así­, también está convencida de que un Estado como Israel, basado en el colonialismo y el racismo, va a acabar explotando: «A nivel internacional tan solo se ve la cara buena de Israel, pero la realidad es que en este paí­s hay mucha hambre y mucho racismo no solo hacia los palestinos, sino también hacia, por ejemplo, la gran comunidad etí­ope que habita aquí­».

Amaya opina que en el futuro, en una hipotética situación de paz, Israel tendrí­a que desaparecer porque su existencia se basa en un Estado solo para gente judí­a y, según ella, en esta tierra deberí­a poder vivir quien quisiera independientemente de su etnia. Para Amaya es necesaria una transición justa a través de la que los israelí­es sean conscientes de los abusos cometidos contra los palestinos y en la que el derecho al retorno de las personas refugiadas sea un punto fundamental. «Si hablamos de democracia, los palestinos liderarán este paí­s porque serán mayorí­a y yo estoy completamente bien con esta idea», asegura.

Después de setenta años de ocupación, las posturas parecen encallarse cada vez más y la educación, que deberí­a hacer entender el contexto y acercar a las partes, está muy lejos de beneficiar el curso de los acontecimientos. Amaya asegura estar preocupada porque cree que cada vez los estudiantes israelí­es simpatizan más con la extrema derecha y Omar dice sentir desesperación cuando no es capaz de mantener debates polí­ticos con otros jóvenes palestinos. Entre ellos dos hay un muro de separación que probablemente impida que puedan «por lo menos algún dí­a cercano» encontrarse, tener ese debate y alimentar la esperanza de que hay gente a ambos lados de la frontera que defiende los derechos humanos.

Artí­culo publicado originalmente en elsaltodiario.com

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