Con el fascismo en las aulas
Este año me he tropezado con actitudes machistas, homófobas y clasistas. He tenido que aguantar insultos y bromas que implicaban desprecio hacia colectivos oprimidos.
RUTH PORTEIA
Soy profesora de filosofía en Secundaria y Bachillerato. De un tiempo a esta parte, un tiempo corto, dos años, ha habido un cambio que me llama la atención y me pone en alerta. Este cambio se ve en los comentarios que lanza el alumnado, en su actitud hacia ciertos temas y en la propia relación que hay entre ellos y ellas. Hace dos años podía hablar en el aula sin problemas de feminismo, de derechos LGTBI+ y de crítica al sistema en el que vivimos. Podía emplear un lenguaje inclusivo y tratar libremente cualquier tema, sobre todo en las clases de bachillerato. Las asignaturas que imparto- filosofía, psicología, valores éticos e historia de la filosofía- se prestan a debates interesantes en el aula, a tratar temas controvertidos, que suelen interesar al alumnado. Pero el ambiente ha cambiado y no para bien.
Este año me he tropezado con actitudes machistas, homófobas y clasistas. He tenido que aguantar insultos y bromas que implicaban desprecio hacia colectivos oprimidos. Esto solía darse antes como un pequeño vestigio que no me preocupaba, viendo la línea general que traían las nuevas generaciones, con las que yo estaba muy contenta. Veía su libertad y su mente abierta al aceptar sin problemas, al menos en la mayoría, a compañeres trans o tratar a autoras como Simone de Beauvoir. Sin embargo, este último curso esto no es lo que he percibido, sino más bien la actitud contraria, incluso en las alumnas. Estas solían tener una mente más abierta que los chicos y se declaraban en su mayoría feministas, muchas eran bolleras o bisexuales sin importarles lo que dijeran sus compañeros a este respecto. No quiero idealizar nada. Personas cerradas hay siempre, pero la línea general era de apertura, de libertad y tolerancia.
¿Qué ha ocurrido para que esto cambiara? Las nuevas generaciones suelen ser el reflejo de la sociedad en la que vivimos o, al menos, yo lo veo así. No me preocupa que haya señoros cerrados de mente que sigan anclados en tiempos en los que ser homosexual o trans era sinónimo de enfermedad o perversión, que ser mujer significaba ser inferior. Son personas ancladas en un pasado que yo creía extinto. Pero que ahora los adolescentes y niñes repitan esto, sí me da miedo. Significa que el discurso de la extrema derecha de odio ha calado en elles, que consideran que el feminismo, los derechos del colectivo LGTBI+ y los derechos en general de todas las personas son para tirar a la basura, como muestra la pancarta de VOX y como muestra las manifestaciones fascistas del último mes, con eslóganes de exaltación de la dictadura y saludos nazis.
No se trata sólo de lo que percibo en las aulas, sino de lo que ocurre a nivel nacional y mundial. La vandalización del mural del Espacio de Igualdad María Maeztu en el distrito de la Latina, en Madrid, es una muestra de ello; al igual que lo son las agresiones a personas del colectivo LGTBI+, que se han multiplicado. Hace poco un señoro se consideró con derecho de dar una paliza a una persona trans en el metro de Barcelona. No sólo negar su identidad, mirarle con desprecio, sino agredirle con odio sin que nadie del vagón moviera un dedo por frenarle ni ayudar a la persona trans. No se trata sólo del odio de unas pocas personas, sino la indiferencia y la dejadez del resto.
¿Por qué no se levanta la gente cuando ve tal injusticia, tal nivel de violencia? Por el mismo motivo que el pueblo alemán aceptó la represión hacia los judíos, gitanos, negros, personas homosexuales o disidentes políticos. Porque se les había inculcado desde la propaganda que era personas de segunda e, incluso, los culpables de los problemas sociales y económicos.
Esto es lo que hace hoy en día la extrema derecha, culpar de los problemas sociales y económicos a las personas migrantes, a las feministas y a los okupas. De esta forma, mis estudiantes me sueltan frases en clase del estilo de “Pero ¿qué quieren los gays que todos seamos como ellos?” o “Los extranjeros se llevan todas las ayudas, mientras que los españoles nada” o “Ya están aquí las feminazis.” De esta forma, cuando me toca explicar a Marx en filosofía una alumna considera oportuno gritar en mitad del aula “Viva España” y otro alumno me dice que si quiero que todos nos hagamos comunistas y votemos al PSOE.
La manipulación que hay detrás de estos discursos es tremenda. Son discursos basados en el odio, que carecen de coherencia lógica y que tergiversan los hechos, que atacan a todo aquel que se sale de la normalidad, que protesta o que se siente y vive diferente. De poco sirve mostrarle al alumnado que son mentiras, si mis razonamientos no consiguen llegarles. Yo estoy sola en el aula, mientras que VOX está en todos los medios de manipulación.
Puedo relatar miles de ejemplos que veo en las aulas, como lo pueden hacer muchas compañeras y compañeros que se percatan de lo mismo. El hecho de que tenga que explicarle a un alumno que él no es tan irresistible cómo para que todos los gays quieran que sea él homosexual es agotador. Decirles que lo único que buscamos las personas es que se cumplan los derechos y libertades humanos para todes, una y otra vez, mientras te repiten las consignas de la extrema derecha. Explicarles que la okupación no es problema real, pero sí que lo es el acceso a una vivienda digna; que los bancos y fondos buitres tienen tres millones de vivienda vacías, mientras las personas trabajadoras no somos capaces de conseguir un lugar donde vivir con dignidad.
Otro ejemplo de esto es lo que ocurrió hace poco en un instituto de Móstoles, donde un adolescente abusó sexualmente de dos de sus compañeras, ante la pasividad del centro. Las adolescentes se habían quejado del trato machista y del acoso de este chico durante el curso, pero la dirección no hizo nada. Esto muestra la imagen de “hombre” que defiende la extrema derecha y su ataque al feminismo. Ese chico no es una excepción o un chaval al que se le fue de las manos, es la consecuencia del discurso de VOX y del patriarcado.
El discurso de la extrema derecha es persistente y está en todos lados. Es un discurso fácil, que busca culpables irreales a problemas que vienen de un sistema en crisis, que nos está conduciendo al colapso. Pero es más fácil culpar a los que están en los márgenes, que buscar soluciones que implicarían acabar con el sistema neoliberal, patriarcal, racista, clasistas, etcétera.
Mi preocupación ante lo que ocurre en el aula se tornó en el mes de junio en enfado, en realidad, en un buen cabreo, cuando vi el examen de filosofía de la oposición para las plazas de reposición. En la parte práctica tocaron dos autores que tenían un corte ideológico muy marcado. El primer texto era de Gustavo Bueno, filósofo español asociado a la derecha, que casi nadie estudia. Yo ni siquiera lo di en la carrera.
Gustavo Bueno ha sido un autor asociado a la izquierda, incluso al marxismo durante algunos años. Pero en su juventud estuvo vinculado a grupos falangistas y recientemente al partido de extrema derecha VOX. Ha defendido la idea de recuperar el imperio católico español con el lema “Por Dios hacia el Imperio”. Parece que los últimos años de su vida regresó a su ideología de juventud, vinculada a la Falange.
La otra era Edith Stein, una filósofa seguidora de Husserl y dentro de la fenomenología. Quizás meter a una autora parezca como una forma de apertura. En realidad, ya se había introducido en el programa de filosofía a las mujeres desde la anterior oposición, con Hannah Arendt, al igual que se las ha metido en la programación de segundo de bachillerato. Y ya era hora. Pero justo habían elegido a una mujer de origen judío, que se convirtió al cristianismo y se hizo monja.
Si se trata de escoger a filósofas, hay muchas que tuvieron mayor repercusión que Stein, como Simone de Beauvoir o Butler. No sé el motivo de no poner a estas pensadoras, pero me imagino que no quieren escoger a nadie que sea abiertamente feminista y que implique una crítica al sistema.
Este examen parecía preparado para personas con una mentalidad de derechas y católica. Esto implica que los profesores y profesoras que van a optar a las plazas de filosofía van a tener un corte ideológico claro. Una asignatura que tiene que abrir el pensamiento crítico de los estudiantes, enseñarles a pensar y a cuestionar la realidad que les rodea, al final en manos de quienes no quieren pensar fuera de lo marcado por el sistema, de quienes niegan los derechos a las mujeres, a las personas racializadas y de orientaciones e identidades diferentes a las consideradas como normales.
Me puede decir alguien que hay que tratar de ser objetivo en las aulas y no enseñar desde ninguna ideología. Esto ya me lo soltó la directora de un centro en el que el alumnado se quejó de mi por intentar enseñarles a Marx, autor que entra en el programa y cae en la Evau. Decían que les estaba adoctrinando, idea que sacan de los medios de comunicación. Cada vez que una profesora o profesor dice algo en contra del sistema, saltan las alarmas. ¡Adoctrinamiento! ¡Cuidado!
Yo no quiero adoctrinar a nadie, menos a mi alumnado. Quiero despertar en ellos y ellas el pensamiento crítico, porque en eso consiste la filosofía.
Además, esa cacareada objetividad de la que hablan no existe. Toda persona parte siempre de una forma de pensar y esto no es malo. Yo tengo mi forma de pensar y trato de vivir mi vida en coherencia con ella y de ejercer mi trabajo también desde allí. Es lo que me parece correcto.
Pero mi forma de pensar considera a todas las personas con la misma dignidad y los mismos derechos, intenta superar los prejuicios y no oprimir a nadie, eliminar los privilegios para alcanzar una sociedad justa. Mientras que la sociedad que promueve la extrema derecha va en la dirección contraria, en mantener a quienes tienen el poder y en negar los derechos, la libertad e, incluso, la identidad de ciertas personas.
Para mí una forma de pensar que implica la negación del otro no es respetable porque mi libertad no puede imponerse a los demás, porque mi ideología no se puede basar en la opresión del otro. Todas las personas son respetables, pero no todas las opiniones lo son. Ser machista o homófobo no es una opinión aceptable. Esto no quiere decir que yo me considere en posesión de la verdad absoluta, objetiva. Ya he dicho que la objetividad no existe. Se trata de ver qué forma de pensar parte del respeto hacia el otro y cual, del privilegio, del odio y de la opresión.
Además, por lo que he visto en educación, no se ataca a los profesores cuando su ideología encaja con el sistema, sino cuando lo ponemos en cuestión. No hay nadie que le diga nada al profesorado de economía que dedican el curso entero a explicar cómo válido un sistema que nos está llevando al desastre. Nadie menciona que en los libros de textos de esta asignatura la referencia a otras formas de economía sólo ocupe media página, mientras que se da por bueno el neoliberalismo. Sin embargo, se me echan encima cuando trató de explicar a Marx o cuando quiero hablar de feminismo.
Sé que vienen tiempos difíciles. Sé que me voy a topar con más insultos, más actitudes cerradas en las aulas. Es parte de mi trabajo sacar al alumnado de la mentalidad aceptada y hacerles pensar, que hagan suyos los problemas que plantearon los autores y autoras de la historia de la filosofía y que los lleven a su vida cotidiana. Es una parte que me gusta de mi trabajo. Pero cuando tienes el discurso de la extrema derecha constantemente detrás, cuando los adolescentes repiten el odio y la opresión, es cuando me pregunto hacia dónde estamos yendo. Hay que parar esto antes de llegue a más, antes de que las agresiones continúen, antes de que retrocedamos en los derechos conseguidos. Hay que darse cuenta de que la extrema derecha ha calado en la opinión pública y su ideología se cimienta en el odio hacia el otro, la otra y el otre.
Este artículo fue originalmente publicado en elsaltodiario.com el 18 de diciembre de 2023