Pedagogía del egoísmo y neoliberalismo emocional

Enrique Dí­ez

Concebir la educación como una inversión que asegure un mejor futuro laboral y mejores puestos en la escala social es parte de la plasmación de esa Pedagogí­a del egoí­smo, eje emocional del neoliberalismo educativo.

Un anuncio de la marca de tés Hornimans hace gala de anunciar un «nuevo movimiento: el yoismo». Un movimiento sobre una supuesta fórmula de la felicidad que consistirí­a en «dejar de pensar tanto en todo, para pensar más en ti». Es la reedición del también denominado «yoismo» de finales del XIX, antepasado de los actuales manuales de autoayuda, tan de moda en la época contemporánea, que procuran recetas para aprender a superar la crisis «cambiándote a ti mismo» y no las condiciones de explotación y alienación del entorno económico y social.

Este anuncio, como el de la conocida marca Ikea, «La República independiente de tu casa», exaltan los valores esenciales del neoliberalismo emocional en el que nos están educando: «quiérete a ti mismo», «practica el yoismo», «cree en ti», «no necesitas a nadie», «estar solo es cool», «vuela libre». El contacto permanente y diario con slogans producidos por esta industria cultural neoliberal para justificar el actual capitalismo salvaje genera en el inconsciente colectivo el material suficiente que sirve de base y anclaje para la servidumbre voluntaria.

Se está produciendo así­ una suerte de revolución individualista que «normaliza», naturaliza e incluso exalta las posiciones ideológicas del «egoí­smo» como una virtud incluso. Entroniza el interés propio, la competitividad y el triunfo, como pasaporte al bienestar y la felicidad individual, en un contexto que define las relaciones humanas como jungla de lucha constante y selección darwinista. Toda posibilidad de proyecto comunitario, basado en los derechos humanos, la equidad y la justicia, queda desplazado o arrinconado en el imaginario de lo utópico o hipotético.

Está claro que no solo vivimos una guerra económica, donde el saqueo de los recursos colectivos se perpetra desde los cómodos despachos de Wall Street y el Ibex 35. Asistimos simultáneamente a una guerra ideológica, que impone imaginarios colectivos afines al pensamiento dominante. Y el papel de los sistemas educativos en la construcción de esta narrativa es determinante para el lobby neoliberal.

Han tardado años, han gastado miles de millones en promover su doctrina, pero cada céntimo ha valido la pena. Porque aplicaron la propuesta de Gramsci: si eran capaces de controlar la mente de la gente, su corazón y sus manos también serí­an suyos. De esta forma, el discurso neoliberal del egoí­smo es visto actualmente como la condición natural y normal de la humanidad.

El neoliberalismo es, en esencia, un capitalismo sin contemplaciones. La expresión más reciente para describir la eterna lucha de clases de esa minorí­a que se ha enriquecido a costa de quienes mantienen constantemente sumidos en la pobreza hasta lí­mites genocidas, con el agravante del «pillaje planetario» de las riquezas y los recursos de la naturaleza, del conocimiento compartido y del esfuerzo colectivo que son los «bienes comunes» de la humanidad.

Esta ideologí­a se ha extendido como un virus por todos los rincones del planeta, imponiendo la adoración unánime de los valores de la sociedad neoliberal. Una monocultura que maneja las mismas informaciones y noticias en todas partes. Donde se ven las mismas pelí­culas, se conducen los mismos automóviles, se imponen las mismas modas, se escuchan las mismas canciones y se soportan los mismos anuncios publicitarios. En ellos se reflejan nuestros sueños y anhelos. Sus imágenes dominan los sueños, y los sueños determinan las acciones.

Pasado el tiempo de la conquista por la fuerza, llega la hora del control de las mentes y las esperanzas a través de la persuasión. La ‘€˜McDonalización’€™ es más profunda y duradera en la medida en que el dominado es inconsciente de serlo. Razón por la cual, a largo plazo, para todo imperio que quiera perdurar, el gran desafí­o consiste en domesticar las almas.

La clase trabajadora nunca se hubiera «convertido» voluntariamente o espontáneamente al modelo neoliberal mediante la sola propaganda del modelo. Ha sido preciso pensar e instalar, «mediante una estrategia sin estrategias», los mecanismos de educación del «espí­ritu», de control del cuerpo, de organización del trabajo, de reposo y de ocio, basados en un nuevo ideal del ser humano.

El paso inicial consistió en inventar el «ser humano del cálculo» individualista, que busca el máximo interés individual, en un marco de relaciones interesadas y competitivas entre individuos, como base y normal esencial del modelo. Se asienta mediante un discurso que alega que la búsqueda del interés propio es la mejor forma mediante la que un individuo puede servir a la sociedad, donde el egoí­smo es visto casi como una «norma y deber social» y las relaciones de competencia y mercado se naturalizan. La finalidad del ser humano se convierte en la voluntad de realizarse uno mismo frente a los demás. El efecto buscado en este nuevo sujeto es conseguir que cada persona considere que autorealizarse es intensificar su esfuerzo por ser lo más eficaz posible, como si ese afán fuera ordenado por el mandamiento imperioso de su propio deseo interior.

La empresa se convierte así­, no sólo en un modelo general a imitar, sino que define una nueva ética neoliberal, cierto ethos emocional, que es preciso encarnar mediante un trabajo de vigilancia que se ejerce sobre uno mismo y que los procedimientos de evaluación se encargan de reforzar y verificar. De esta forma cada persona se ve compelida a concebirse a sí­ misma y a comportarse, en todas las dimensiones de su existencia, como portador de un talento-capital individual que debe saber revalorizar constantemente. El primer mandamiento de la ética del emprendedor es «ayúdate a ti mismo». Y sus tablas de la ley se rigen por la competencia como el modo de conducta universal de toda persona, que debe buscar superar a los demás en el descubrimiento de nuevas oportunidades de ganancia y adelantarse a ellos. La gran innovación de la tecnologí­a neoliberal consiste, precisamente, en la gubernamentalidad, vincular directamente la manera en que una persona «es gobernada» con la manera en que «se gobierna» a sí­ misma.

Elegir el centro educativo que más posibilidades le pueda ofrecer de «promocionar»; concebir la educación como una inversión que asegure un mejor futuro laboral y mejores puestos en la escala social; entender el aprendizaje como una constante competición por el éxito individual que marque la diferencia frente a los otros; cultivar el mito del éxito personal como resultado del talento-capital y el esfuerzo individual sin considerar las condiciones sociales y el entorno del que se parte ni el aprendizaje como un proceso compartido; exigir que se aparte y segregue cuanto antes a quienes se considera rivales y «perdedores» que dificultan el ascenso personal en esa competición constante; demandar rankings y clasificaciones que visibilicen quiénes son los ganadores y los perdedores de esta competición; etc., etc. Todo esto y mucho más son la plasmación de esa Pedagogí­a del egoí­smo, eje emocional del neoliberalismo educativo.

Enrique Dí­ez es autor del libro Neoliberalismo Educativo (2018). Barcelona: Octaedro/El Diario de la Educación

Artí­culo originalmente publicado en eldiariodelaeducación.com

La segunda y tercera parte del presente artí­culo pueden leerse en:

Pedagogí­a del egoí­smo y neoliberalismo emocional (2/3)
Pedagogí­a del egoí­smo y neoliberalismo emocional (3/3)

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