Para quienes vivimos en el País Valenciano no es una sorpresa encontrarnos al final del verano un cielo muy cabreado que nos arroja de pronto toda el agua que nos escatimó durante todos los meses anteriores del año. Lo cantaba Raimon: «Al meu pais la pluja no sap ploure». En algunos casos, 1864, 1957, 1982, 1987, y ahora mismo, 2024, esta situación ha provocado desbordamientos y riadas con consecuencias dramáticas. Y venimos descubriendo, en los últimos años, que ese comportamiento hidrológico ha aumentado su intensidad y provocado situaciones inéditas, a las que no es ajeno el cambio climático, y otras circunstancias o comportamientos humanos.

Sin embargo, nunca como ahora mismo esta acción de la naturaleza había provocado tanta muerte, destrucción y caos, ante la mirada perpleja del pueblo valenciano.

Si la pregunta es el inicio de la pedagogía, una apertura a la posibilidad de conocer -decía Gadamer-, mis preguntas ahora tienen que ver con dos cuestiones fundamentales: ¿qué sabíamos de esto antes de que ocurriera? Y ¿qué podemos aprender de lo ocurrido?

En primer lugar, me pregunto si los curricula escolares nos enseñan a pensar nuestro territorio, y nos enseñan a hacerlo desde la investigación y el análisis crítico de las relaciones que se establecen entre el clima y el urbanismo, y en relación con esto, la especulación, el interés financiero y la gestión política. Tengo mis dudas. No sé cuántos exámenes han pasado nuestros bachilleres sobre geografía u otras disciplinas afines al problema, sin embargo, observo una considerable tendencia a la simplificación frente a la complejidad. ¿Cómo es posible que experimentando desde hace siglos en todo el Mediterráneo un comportamiento en nuestros ríos y barrancos en el que podemos pasar en pocas horas de cauces secos a gravísimas inundaciones, el comportamiento ciudadano parezca tan ajeno a este conocimiento? (La Rambla de Poio pasó, el martes día 29 de oct. a tener entre las 17h y las 18:30h de 0 m3/s a 2000 m3/s, según fuente de la Confederació Hidrogràfica del Xuquer). Se posee un conocimiento técnico, manejado por expertos, y afortunadamente la investigación científica ha desarrollado un potente y complejo saber geográfico e hidrológico sobre estos fenómenos, conocimientos depositados en las cátedras universitarias u otras agencias de investigación. Sin embargo, como también ocurre con otro tipo de saberes, el uso público y común de ese saber, que debería cultivarse en los aprendizajes escolares y en otros espacios de socialización del saber -medios de comunicación, redes sociales- no parce haber tenido mucha efectividad pedagógica. Seguimos mirando al cielo sin el mínimo saber de sentido común para evitar riesgos que deberíamos conocer sobradamente.

Pero si lo que ocurre en el Mediterráneo, y particularmente en nuestro País Valenciano no responde solo a un fenómeno natural, sino también al impacto que sobre ese fenómeno tienen los modelos urbanísticos del capitalismo salvaje -eso que se llamó el pelotazo- y a una gestión política torpe cuando no cómplice con esos modelos, entonces la lección a aprender se torna todavía más compleja y el currículum escolar más ineficaz. ¿A qué Tema 17 de qué asignatura o disciplina acudirá el profesor o profesora, la maestra o el maestro, para ayudar a los niños y jóvenes valencianos a comprender lo que pasó en su territorio hace unos días? ¿Qué teoría del Estado manejarán nuestros estudiantes para discernir la miseria argumental con la que los responsables políticos explican su enfrentamiento con lo extraordinario de una emergencia? ¿Y cómo distinguirán el discurso de una influencer, la publicación de una fake news o la información bien triangulada?

Me temo que los curricula escolares permanecerán intactos después de la tragedia de la DANA, y volveremos a nuestros temarios y asignaturas. Muchos jóvenes que hoy están protagonizando una hermosa respuesta masiva de solidaridad, autoorganizándose para la ayuda, volverán a abrir el libro de texto por una página que de nuevo da la espalda a la experiencia de la vida. La extraordinaria experiencia vivida y su enorme lección de humanidad supongo que permanecerá en la memoria de estos jóvenes como un intenso y profundo aprendizaje vital, pero no sé cómo permanecerá en la memoria de la escuela.

Afortunadamente, en medio del caos y la absoluta inoperancia de la Consejería de Educación para decir nada, podemos y estamos aprendiendo de lo ocurrido. Y no han tardado en aparecer respuestas militantes que desde el marco de la renovación pedagógica tratan de compartir propuestas didácticas que ayuden a la población valenciana en la reflexión, el análisis y la comprensión crítica de lo que nos está pasando. Un buen ejemplo es el proyecto “Després de la DANA. Sentir, comprendre i construir resilències”, del que dejo aquí su enlace: https://www.canva.com/design/DAGVgY06Plg/4f65QzbGSma4599hok1PXA/view?utm_content=DAGVgY06Plg&utm_campaign=designshare&utm_medium=link&utm_source=editor

No es una propuesta aislada ni es una propuesta ahistórica. Existe un claro posicionamiento cívico de un sector del profesorado valenciano que viene respondiendo a las diferentes agresiones al territorio y la cultura (ampliación del puerto, destrucción de la huerta,…) con proyectos curriculares alternativos que faciliten el estudio y la crítica de estas agresiones. La catástrofe tiene también sus pedagogías críticas.

Este artículo fue originalmente publicado en eldiariodelaeducacion.com