Educar para la paz
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¿De qué manera impacta la guerra en el día a día de nuestro alumnado?, ¿cuál debería ser el rol de la comunidad educativa para trabajar en pro de una sociedad futura en paz?
LAURA ÁLVARO ANDALUZ
Día de los Derechos de la Infancia, que se celebra el 20 de noviembre; o el Día Escolar de la No Violencia y de la Paz, el 30 de enero, son citas indispensables en el calendario escolar de cualquier centro educativo. Coreografías y manualidades de palomas, con frases de mayor o menor calado, copan las aulas y los pasillos de las escuelas. No obstante, a mí estas celebraciones, como docente, me dan que pensar. Me hacen reflexionar sobre la situación de aquellos colegios en contextos menos afortunados y, cómo, en ocasiones utilizamos este tipo de efemérides para tranquilizar nuestra conciencia evitando así ir a un análisis más profundo de las desigualdades y las injusticias del mundo. No es mi intención desmerecer este tipo de gestos, porque cualquier actividad que nos ofrezca la posibilidad de recapacitar es interesante, pero la realidad es que nuestros centros escolares cohabitan, comparten un presente, con otros en los que ahora ya no se enseña, sino que sirven de refugio. Centros educativos propios de los contextos bélicos, que son tan reales como cualquier centro educativo de un país en paz. Sin embargo, parecen mundos paralelos que no acaban de interconectar nunca. Porque, ¿de qué manera impacta la guerra en el día a día de nuestro alumnado?, ¿cuál debería ser el rol de la comunidad educativa para trabajar en pro de una sociedad futura en paz?
La LOMLOE, la ley de educación, habla, ya en su preámbulo, de una educación para el desarrollo sostenible y la ciudadanía mundial, acorde con la Agenda 2030, en la que se incluye la educación para la paz. Propone la inclusión de una asignatura en el tercer ciclo de Primaria (es decir, 5º y 6º) que fomente “el espíritu crítico y la cultura de paz y no violencia”, y plantea unos principios pedagógicos en los que esta se transversalice en todas las áreas y las etapas educativas. No obstante, no se encuentran referencias a contenidos concretos. Al respecto, Carlos Sanguino, actual responsable del área de movilización social de Amnistía Internacional (AI) y con una dilatada trayectoria como responsable del área de educación, afirma que la ley no es suficientemente rotunda: “Ya en las primeras etapas educativas debería haber contenidos obligatorios y contundentes sobre cuestiones de derechos humanos, especialmente cuestiones de no discriminación”. Para Sanguino, la legislación se queda en una declaración de intenciones, ya que no dota ni de recursos ni de formación al profesorado para una correcta transversalización. Y no es por falta de insistencia: “Llevamos varias reformas educativas planteando que los contenidos de derechos humanos nunca han sido prioritarios en los planes de estudio de los grados de Educación ni en la formación continua del profesorado”.
Carolina Hamodi, doctora en Sociología y profesora de los grados de Educación de la Universidad de Valladolid, reitera estas carencias. Para la docente, una asignatura que aborde la educación para la paz es de “absoluta relevancia”, ya que supone una transformación del pensamiento del estudiantado de Magisterio, previa a su incorporación en las aulas, “en aras de los valores democráticos, la solidaridad, la igualdad y la empatía”. Es decir, una base fundamental sobre la que comenzar nuestra labor como enseñantes, pero que no siempre está tan presente como debería estar. Hamodi, en un artículo de 2018, analizaba los planes de estudio de los grados de Educación Infantil, Educación Primaria, Pedagogía, Educación Social y Educación Especial del panorama universitario español en busca de asignaturas en las que se trabajara la citada cultura de paz. Solo siete universidades las incluían en sus planes de formación. Y, si ponemos el foco en la educación permanente, tampoco se prioriza este tipo de contenidos en la temática de sus cursos y seminarios, según la información difundida.
En consecuencia, afirma Sanguino, la educación en derechos humanos está condicionada a la buena voluntad del profesorado que se quiera implicar. Sin embargo, apunta, esto no debería ser así, porque “España ha firmado bastantes acuerdos con los que se compromete a incluir contenidos relacionados con estos temas en el currículum educativo”, refiriéndose, entre otros, al Programa Mundial para la Educación en derechos humanos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, la Convención sobre los Derechos de la Infancia, o la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, todos ellos de Naciones Unidas.
Para educar en derechos humanos no es solo necesario ampliar horizontes geográficos, sino que también debemos recuperar la memoria histórica, una percepción más global y realista de la misma. Sherezade Benito es responsable de Educación de la Asociación Soriana Recuerdo y Dignidad (ASRD), que lleva trabajando desde hace 11 años por reconstruir aquellos capítulos de nuestra historia que han quedado intencionadamente en el olvido. Benito reflexiona sobre lo necesario de educar en memoria histórica para trabajar por la paz, ya que esta se vincula directamente con “los principios internacionales de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición”. Además, añade, “conociendo la historia favorecemos un futuro mejor”, ya que este conocimiento contribuye al desarrollo de la empatía y el pensamiento crítico para discernir lo que está bien de lo que está mal. También sirve para contextualizar, y para entender que la guerra, la violencia y la crueldad no es algo ajeno y lejano, sino que pasó y condicionó la vida hace un par de generaciones. “En España la historia se ha contado sesgada: ni en colegios ni institutos se habla de la represión y se obvia la violencia ejercida por el régimen”, afirma Sherezade Benito, quien insiste en que, “si facilitamos el conocimiento podremos fomentar el pensamiento crítico”.
Desde la ASRD apuestan por entregar a niños y niñas las herramientas necesarias para alcanzar un conocimiento pleno y libre, garantizando así una sociedad futura responsable y solidaria que no permita desigualdades. Durante los primeros meses de este curso escolar, han invitado al alumnado local de secundaria a que estuvieran presentes durante los trabajos de exhumación, con un resultado educativo impecable. “Me quedo con una frase de un compañero maestro: vosotros lo habéis visto. Ahora no pueden deciros que no pasó porque lo habéis visto con vuestros propios ojos. No os pueden engañar”, destaca Benito.
Carlos Sanguino afirma que los colegios no son diferentes al resto de la sociedad, y también responden a estímulos de urgencia y actualidad, por eso considera fundamental que se plantee un trabajo mucho más sostenido en el tiempo, que abarque la situación en general de la infancia y los derechos humanos, superando así el interés desmesurado y puntual sobre una guerra en concreto y abarcando muchos otros temas, como la pobreza infantil en España. Para ello se requiere que el compromiso del profesorado no dependa del buen hacer individual, sino que se abarque de manera colectiva. Y que esto se haga con una legislación que lo priorice y que compense las carencias actuales en la formación inicial y permanente de las y los docentes. “Entendemos que los derechos humanos no es algo discutible y que efectivamente tienen que estar en el currículum educativo. De esta manera, garantizaremos que toda la infancia los conozca, con independencia de lo que opinen las familias a título individual”, añade Sanguino.
Educar para la paz, para la igualdad, para la no discriminación, parte de una base fundamental y necesaria de abordar en un contexto escolar: reconocer nuestros privilegios, hacer entender a niños y niñas -y a sus familias- la inmensa fortuna de poder asistir al colegio, sin poner en riesgo su integridad física y sin que suponga un esfuerzo difícil de abarcar a diario. Este es el gran reto del profesorado, descentrar la mirada del aquí y del ahora para incluir una visión más global. Y superar el etnocentrismo cultural en el que la escuela -como espejo social- se encuentra cómodamente posicionada. Hay quien entiende que ciertos contenidos mediáticos no son aptos para edades tempranas, pero es que esas imágenes no son otra cosa que la realidad. Así que creer que protegemos a la infancia aislándola de dicha realidad no es otra cosa que enrocarnos en nuestros privilegios. Educar para la paz es incómodo, pero es la base para un mundo más justo.
Este artículo fue originalmente publicado en Pikaramagazine.