¿A qué es debido este malestar docente?
Ilustración: Joseba G. Plazuelo
Es mejor movilizar la capacidad interna del profesorado por la sostenibilidad del cambio y mejora de la educación, que estrategias burocráticas o verticales del cambio. Está bien que una política de cambio deba tener presión motivadora, pero también espaldarazo, compromiso y colaboración.
FRANCISCO IMBERNÓN
El profesorado empieza a estar muy cansado. Son muchas cosas que se han ido acumulando durante los últimos cursos y, más después de lo que han pasado y están pasando en la pandemia. Y se empiezan a hacer huelgas y manifestaciones en alguna autonomía. Y, como siempre, hay opiniones por todos los gustos y tendencias. Pero la realidad es que el profesorado sufre cierto malestar desde hace tiempo. Y el malestar docente, ya estudiado hace años, ocurre cuando las demandas son intensas, jerárquicas, constantes y contradictorias. No sé si ha sido el mejor momento porque la administración educativa piense que se tienen que hacer muchos cambios diseñados en los despachos, que pueden tener buena voluntad o ganas de hacer cambios, pero no se ha pensado en una perspectiva política de la realidad educativa.
Ser profesor o profesora es una tarea laboriosa, con muchas demandas, difícil y, a veces, agotadora. Mucho más del que la gente cree. Aunque el pensamiento o imaginario colectivo se ve al profesorado como un trabajo fácil. Se argumenta, sin rigor, que se trabaja con niños, niñas y adolescentes y que parece fácil, que hay muchas fiestas y vacaciones (sobre todo esto). Que buscan en su queja su comodidad. Todo el mundo opina y sentimos un conjunto de barbaridades que profieren algunos tertulianos cuando tratan el trabajo que se desarrolla en las escuelas e institutos, culpabilizando al profesorado, pero sin pensar en ellos.
Aunque las condiciones laborales no sean tan malas como hace años —solo faltaría—, ser profesor o profesora es una tarea ingente si se realiza con un mínimo de profesionalidad y rigor. Difícilmente los medios de comunicación hablarán bien de los docentes; cuando surge la noticia, casi siempre es negativa. puesto que abundan los tópicos como el sueldo que tienen, la estabilidad a la pública, el horario escolar o las agresiones y escándalos que algunos han sufrido, por ejemplo.
Quizás por su relevancia y exigencia social están en el punto de mira de los otros y porque todo el mundo se ha socializado en la educación durante muchos años y se atreven a opinar, pero únicamente cuando los interesa centrarse en ellos y ellas por algún motivo que los afecta (ser padres), en muy pocas ocasiones para alabar la “buena” actividad educativa. Esta percepción negativa comporta un sentimiento de desamparo social de la profesión y a veces una repercusión en su vida personal, una incomprensión sobre la tarea profesional del profesorado que, más bien que mal, la mayoría cumple con la misión de ayudar a construir y reconstruir el desarrollo de la infancia y la juventud para que lleguen al máximo de sus capacidades y puedan vivir felices. Y muchos lo hacen con la ilusión que las nuevas generaciones que ocupan las aulas puedan construir un mundo mejor. Esta es la verdadera finalidad de la educación. Por eso hay que partir de ellos. Escuchar sus voces.
Pero todos tienen que poner de su parte. Los profesores y las profesoras saben que tienen que estar en constante cambio y renovación, y que la incertidumbre forma parte, desde hace tiempo, de su entorno profesional. Esta necesidad de cambio, y esta percepción de incertidumbre ha sido vertiginosa en los últimos años con la pandemia y el contexto social. Y esta nueva situación requiere que se planteen cambios en la manera de trabajar en las escuelas. O al menos tendrían que plantearse. Y con esto estamos de acuerdo todos. Cambiar constantemente en la profesión de enseñar es necesario. Las funciones en las aulas y en las instituciones educativas han ido cambiante a lo largo de los siglos al mismo ritmo que la sociedad; ahora, el sistema educativo tiene que acelerar si no quiere perder el paso y quedarse obsoleto. Y esto, que es inevitable, también es bueno y necesario. Pero con ellos y no sin o contra ellos.
Todo cambio social comporta un repensar la institución educativa y los que trabajan en ella, el profesorado lo sabe o tendría que saberlo. Aunque es cierto que, como en todo colectivo, también encontremos todas las posiciones posibles: desde los dinamizadores de este cambio hasta los que oponen la máxima resistencia o no quieren saber nada. Pero siempre se tiene que partir de ellos y no considerarlos mudos o afónicos.
Creo que es importante pensar que existe una estrecha relación entre la valoración que se hace del profesorado y el estado emocional y cognitivo del profesorado, puesto que las emociones pueden provocar malestar o bienestar docente y la motivación que de esta se deriva (ahora que se habla tanto de esto). Un profesorado desmotivado, desconcertado, frustrado y agotado, con un malestar docente, mostrará poco interés y menos entusiasmo en las tareas docentes, buscará huir y abandonar; en cambio, un profesorado con índices elevados de satisfacción profesional con un bienestar docente llevará a cabo intervenciones educativas más eficaces e innovadoras. Y esto repercute en todo el sistema educativo.
La profesión docente ha sufrido un “castigo” en los últimos años con los recortes, con algunas políticas erráticas, más control y burocracia gerencial, con las propuestas agresivas o impuestas de la administración y muchos sienten que son una víctima de la crisis actual. Si no se tiene en cuenta a los profesionales de la práctica es que algo se está haciendo mal. Está bien que una política de cambio deba tener presión motivadora, pero también espaldarazo, compromiso y colaboración. Es mejor movilizar la capacidad interna del profesorado por la sostenibilidad del cambio y mejora de la educación, que estrategias burocráticas o verticales del cambio. Y esto se consigue aumentado el protagonismo del profesorado. Ya sabemos, hace tiempo, que las reformas y cambios que vienen diseñados desde arriba no salen adelante sin los de abajo. En la educación son necesarias estrategias de arriba abajo y, equilibradas y con “inteligencia” con las de bajo arriba. Sin el compromiso del profesorado poco pueden hacer las imposiciones externas.
Artículo originalmente publicado en eldiariodelaeducacion.com