En defensa de la Educación como derecho público y bien común

En defensa de la Educación como derecho público y bien común

Debemos defender una educación pública universal, que sea gratuita, laica, inclusiva, solidaria, coeducativa, personalizada, participativa, ecológica, integral, intercultural y democrática. Una Educación que, desde la primera infancia hasta la universidad, luche contra la lógica del mercado.

ENRIQUE JAVIER DÍEZ GUTIÉRREZ

Figuras significadas políticamente han publicado un manifiesto que denominan «en defensa de la enseñanza como bien público» en el que exigen recuperar el esquema esencial de la ideología reaccionaria educativa propia del nacionalcatolicismo de tiempos de la dictadura: selección escolar que legitime la desigualdad social, acumulación de conceptos para aprobar exámenes no educación integral para la vida.

Su primera afirmación es el lugar común de quienes consideran que el sistema educativo no responde a sus intereses e ideología: «La enseñanza no marcha por buen camino». Quieren decir que no marcha por el camino que ellos consideran como «bueno». Ya se les adelantaron hace tiempo los empresarios con este mismo mantra, porque según la patronal la enseñanza no educa para el mercado, ni enseña lo bastante las reglas del capitalismo (ya se ha enmendado con la competencia transversal del emprendimiento), ni para ser trabajadores suficientemente sumisos, precarios y adaptables a su nivel de explotación.

Ahora, para estos personajes públicos y notorios, el buen camino es el «de la calidad, entendiendo por tal una instrucción basada en los conceptos nucleares de esfuerzo, mérito y contenidos». Se nota que no han estudiado ni el Grado de Educación siquiera, ni mucho menos Pedagogía. Y en estos casos se debería aplicar aquel refrán de «zapatero, a tus zapatos». O el de «no te metas en camisa de once varas, si no sabes de lo que estás hablando». Y no hay peor experto, que el que habla de campos ajenos a sus conocimientos, a su especialidad, y que lo hace desde los lugares comunes propios de los bares o de la tertulia de cuñados.

Hablar a estas alturas, en pleno siglo XXI, de «instrucción», como si de la instrucción militar se tratara, para abordar lo que debe ser la educación, es volver al siglo XIX de la educación. Si a esto se le añade lo del «esfuerzo, mérito y contenidos», es volver a aquello de la «letra con sangre entra» de la dictadura, modelo que parecen defender y querer recuperar estos personajes. En sintonía con las propuestas de VOX y los grupos políticos y mediáticos de ultraderecha.

En primer lugar, la instrucción es un término superado, obsoleto, abandonado en el campo de la educación hace décadas. Es como si en medicina quisiéramos seguir utilizando sangrías de sanguijuelas para curar la mayoría de las dolencias, como se hacía en la edad media. Todo el mundo se quedaría horrorizado. Pero en educación parece que se pueden decir las mayores boutades con total impunidad, con tal de que procedan de tertulianos, personajes públicos de la farándula o novelistas de bestsellers. La instrucción se refiere técnicamente a la transmisión del conocimiento, dando por supuesto que el alumno es un recipiente vacío que hay que rellenar de conocimientos, lo que ya Paulo Freire definía como «educación bancaria». Sin comprender en absoluto lo que la ciencia ha mostrado sobre el proceso de la educación. La educación es un proceso complejo en el que interviene tanto el trabajo docente de enseñanza como la participación activa del alumnado a través del aprendizaje.

En segundo lugar, volver a los lugares comunes del esfuerzo y el mérito, conlleva la fácil solución de responsabilizar y culpabilizar únicamente a la parte más vulnerable, al alumnado, del proceso educativo. Como si el resto de los agentes intervinientes en el proceso educativo no tuviéramos nada que ver: profesorado, administración y comunidad educativa. Es el recurso fácil: son ellos, el alumnado, quienes no se esfuerzan, los responsables de sus propias dificultades, porque no estudian lo suficiente, porque son unos vagos, unos irresponsables… Obviando algo que hace ya mucho tiempo han puesto de manifiesto las Ciencias de la Educación: la comunidad educativa, la administración educativa y los profesionales de la educación (entre los que se cuentan algunos de los firmantes de ese manifiesto) algo de responsabilidad tendrán también en los resultados del proceso de enseñanza y aprendizaje. No podemos seguir revictimizando a las víctimas.

Tendremos también que repensar qué tipo de enseñanza estamos impartiendo: temarios hipertrofiados con contenidos ajenos al mundo de la vida, metodologías de enseñanza poco motivadoras e incluso aversivas, insuficientes recursos y medios humanos para atender a la diversidad de las aulas, ratios de estudiantes abrumadoras que impiden personalizar la enseñanza, tiempos acelerados que impiden aprendizajes profundos, etc. Quizá haya que empezar a pensar que quien no se esfuerza lo suficiente son las administraciones educativas, la comunidad educativa y social y los profesionales de la educación, que son los adultos responsables del proceso educativo.

Y sobre el mérito, mejor les recomendamos un par de lecturas para aprender y profundizar al respecto: «La tiranía del mérito» de Michael Sandel y, en el ámbito hispano, «Contra la igualdad de oportunidades» de César Rendueles. Igual es mejor leer y aprender sobre educación, antes de adentrarte en hacer manifiestos fuera de tu campo de conocimiento.

Está claro que los manifestantes deben ser expertos en su campo, pero en educación patinan como focas en el hielo. No se enteran de que las Ciencias de la Educación avanzaron desde hace cien años. Afirmar que «los conceptos ajenos a los saberes concretos de cada asignatura, de tipo moral o ideológico, deben ser desplazados de las aulas», es de suspenso en primero de primaria. En este caso sacarían un suspenso de envergadura, pero por adoctrinamiento ideológico. Porque no se han enterado todavía (o no quieren enterarse) de que toda educación, todo acto educativo, supone una opción ideológica, política y moral. Los contenidos que se eligen, la forma en que se enseñan, aquello que se evalúa, etc., conllevan una forma de ver el mundo, las prioridades por las que se opta y los valores que se defienden y se tratan de transmitir a las nuevas generaciones.

Pero la ultraderecha cree que todo lo que no sea transmitir «sus valores» es adoctrinamiento moral o ideológico. Lo cual es similar a lo que plantean estos firmantes del manifiesto. Pues afirman que solo se deben transmitir los conceptos que ya hay, es decir, los neoliberales propios del capitalismo, que es lo que domina hoy la visión cultural y social a nivel mundial, y también los contenidos de las asignaturas y los libros de texto. Hace tiempo que la educación ha recordado que se educa para la vida, no para aprobar exámenes.

Al igual que hace tiempo que superó el disfraz de lo técnico como forma de inculcar los valores ideológicos del modelo social neoliberal de forma sutil y constante. Aquello de plantear problemas de matemáticas supuestamente «técnicos», cuyos enunciados proponen cálculos «asépticos» para trabajar conceptos matemáticos. O en cualquier asignatura. Porque ocultan la realidad. Porque esconden los problemas vitales que afectan a la vida real de quienes estudian y para lo que tendría sentido las materias. No es lo mismo trabajar los conceptos matemáticos analizando el salario tan diferente que cobran hombres y mujeres en nuestra sociedad, o la repercusión de la evasión de impuestos de youtubers y futbolistas, que si se hace con el cálculo de velocidad de trenes que se encuentran saliendo de estaciones diferentes.

Los conceptos y saberes concretos en matemáticas, como en cualquier otra asignatura (recordemos la invisibilización de la memoria histórica democrática en el currículum escolar), siempre suponen y conllevan opciones de tipo moral e ideológico. Negarlo es defender y mantener los que hay, los que predominan y se han convertido en esa agua para el pez, inconscientes y por eso los que más influyen sin que el efecto sea consciente de ello. No olvidemos que fueron ingenieros y arquitectos muy preparados «técnicamente» los que construyeron los campos de concentración de Auschwitz. La educación supone siempre un ejercicio crítico y consciente de lo que hay, para transformarlo hacia un mundo y una sociedad mejor. Porque mantener una visión supuestamente técnica y neutral en una sociedad desigual, es justificar la barbarie.

Por eso sorprenden aún más las propuestas que hacen. La primera parece plantear que les pongan a ellos (el requisito es «tener reconocido prestigio», como si esto fuera garantía suficiente) al frente de una institución pública para establecer las leyes de educación de este país, frente a quienes sí han sido elegidos democráticamente por la ciudadanía, puesto que aseguran que quienes las han diseñado hasta ahora no tenían ni idea (por cierto, han sido en buena medida docentes con larga experiencia, académicos y científicos del campo de la educación).

Su segunda propuesta pasa aumentar los suspensos y las repeticiones. A pesar de que se ha demostrado que la repetición de curso es ineficaz y generalmente contraproducente. Hasta el propio Andreas Schleicher, el director del programa PISA, así lo repite una y otra vez y asegura que los países donde no existe la repetición obtienen similares y mejores resultados educativos. Pero parece que estos supuestos «expertos firmantes» desconocen principios básicos en educación, o no deben leer ni siquiera los textos básicos de esta ciencia, a pesar de que se permiten pontificar sobre ella.

El resto de las propuestas son del mismo tenor y van en la línea de seleccionar y segregar a cuantos más mejor, para que lleguen a los cursos superiores solo una élite. Aquella que cuenta con apoyo cultural y económico en sus casas y que se puedan permitir pagar las clases particulares que sean necesarias para seguir avanzando en un sistema educativo basado en la competitividad y la lucha darwinista como forma de motivación (menciones de honor para los vencedores de este combate sangriento); asentado en la desconfianza hacia el profesorado, de quien no se fían en su labor de evaluación conjunta (por eso exigen exámenes externos, más reválidas, más selectividad…); y la insistencia con introducir más español en Cataluña, con el afán polémico tradicional de cara a utilizar Cataluña como eje de confrontación y reventar un modelo lingüístico que nunca había sido problema, etc.

Si estos señores (apenas hay señoras en este manifiesto, lo cual es significativo en una profesión fundamentalmente feminizada) están preocupados por lo que denominan con el mantra clásico de la «deriva del sistema educativo», lo cierto es que la comunidad educativa y social debería estar preocupada por su deriva y la de los grupos políticos, ideológicos y mediáticos que les amparan. Habría que insistirles, una vez más: «zapateros, a vuestros zapatos».

Por eso, la comunidad educativa que está en el día a día de la educación, que conforma los claustros y los centros escolares, debería salir públicamente frente a estos supuestos «expertos» tertulianos para defender una Educación como derecho público garantizado para todos y todas, al margen de sus condiciones económicas, sociales y culturales y, defenderla como un bien común, que el Estado, es decir, la comunidad social, debe planificar eliminando los factores fundamentales de segregación escolar: la subvención pública a los centros privados, las ratios elevadas, las reválidas segregadoras, los contenidos religiosos adoctrinadores en la escuela, la precariedad e inestabilidad de las plantillas de profesorado, etc.

Debemos defender una educación pública universal, que sea gratuita, laica, inclusiva, solidaria, coeducativa, personalizada, participativa, ecológica, integral, intercultural y democrática. Una Educación que, desde la primera infancia hasta la universidad, luche contra la lógica del mercado. Una educación que reafirme la prioridad absoluta de los seres humanos sobre la rentabilidad económica. Una Educación que integre los distintos ámbitos del saber. Que ayude a nuestros jóvenes a desarrollar el espíritu crítico y aprovechar los logros científicos, sociales y políticos más brillantes de las pasadas generaciones. Una Educación que promueva valores de paz, solidaridad y cooperación armoniosa entre los países y las personas. Una educación que tenga como objetivo el desarrollo de la libertad de pensamiento, la creatividad, la emancipación individual y la autorrealización. Una Educación que ofrezca a toda la ciudadanía saberes fundamentales, así como la oportunidad de familiarizarse con las formas más elaboradas de un conocimiento cambiante que les ayude a desarrollarse como personas y construir un mundo más justo y solidario.

Este artículo fue originalmente publicado en publico.es

CGT Enseñanza Aragón

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