“Nuestra obligación es ayudar a los niños a aprender, no examinarles”

“Nuestra obligación es ayudar a los niños a aprender, no examinarles”

José Luis Murillo es maestro jubilado: «Estoy cada día más convencido de que en España estamos en la caverna de la educación».

ANA SÁNCHEZ BORROY

37 años pasó José Luis Murillo (Villamayor de Gállego, 1958) como maestro en la escuela de Sahún, un municipio de unos 300 habitantes en el valle de Benasque. Allí, puso en marcha un proyecto educativo que recibió hace dos cursos la mención de honor de la educación aragonesa como referencia y modelo a seguir por las escuelas rurales. Ya jubilado, Murillo es autor del libro “Metodologías activas. Recursos para el aula (o qué podemos hacer en el cole sin libros de texto, asignaturas, deberes, exámenes ni notas)”, que se ha presentado recientemente en Zaragoza.

¿Qué se puede hacer en el colegio sin libros de texto, sin asignaturas, sin deberes, sin notas?

Buena pregunta (ríe). ¿Qué se puede hacer? Compartir vidas y aprendizajes.

¿Eso es compatible con cumplir con los objetivos del currículo que se marcan para cada curso?

Claro que sí, es una cuestión de marco mental y de paradigma. La mayoría hemos heredado una educación que nació en el siglo XVIII, en la que lo importante era transmitir a los niños y a las niñas unos contenidos para después medirlos y seleccionarlos. Entonces, cuando se invierte ese paradigma y se cambia el marco mental para empezar a partir de los niños y las niñas, de sus necesidades, de sus intereses, de sus intereses, de sus propuestas… te encuentras con que la escuela es un espacio de vida, en el que ocurren cosas. En ese espacio de vida también ocurren aprendizajes. Una de las cosas que se nos suelen olvidar en el mundo adulto es que, a nosotros también nos pasa, pero a los niños y las niñas todavía más, porque acaban de llegar: que tienen que sobrevivir y para hacerlo, necesitan aprender, es una necesidad vital de los niños y las niñas. Cuando en la escuela se les permite aprender, no se les bloquea, llegan a adquirir los conocimientos, las competencias, las actitudes, los valores, las normas… todo lo que marca el currículo. Lo que ocurre es que cuando quitamos todo eso, de repente, el proceso hace que se lleguen a hacer los mismos aprendizajes que los demás niños y niñas, pero de otra manera. Se puede hacer disfrutando de lo que se hace.

¿La escuela puede llegar a aprender a bloquear el aprendizaje de los alumnos?

Sí, claro, esa es la misión de la escuela del siglo XVIII: crear personas obedientes, estandarizar, conseguir que todos los niños y niñas lleguen a los mismos listones, a las mismas medidas y seleccionar quiénes pasan, quiénes repiten. Esa es su misión. Entonces, la misión de todas las herramientas pedagógicas que aparecen en ese marco de escuela tradicional no es ayudar a aprender a los niños.

¿Hasta qué edades podría aplicarse esta filosofía?

Estoy cada día más convencido de que en España estamos en la caverna de la educación. Mi hija está ahora mismo en Edimburgo, había abandonado la universidad y ha vuelto a ilusionarse con la universidad de allí porque aplica esos planteamientos. Ella misma, cuando vio el programa de estudio, me dijo que se volvía a apuntar porque es como la escuela de Sahún. Hace unos años, le dieron un Premio Princesa de Asturias a la representante de un grupo de institutos de Estados Unidos que trabaja así. Lo que pasa es que, en España, después de tantos años de dictadura y de ese marco mental de la escuela del siglo XVIII, se nos ha olvidado que lo más importante de la escuela no es enseñar a los niños, sino que los niños aprendan. No se trata de ser una escuela de transmisión, sino una escuela de aprendizaje. El otro día Juan Luis Arsuaga decía que en la universidad no hay nada que enseñar. Todo lo que son conocimientos, todo lo que son contenidos de aprendizaje, en este momento, está en la red, en las enciclopedias, en los libros… En la universidad, hay que plantear dudas de lo que no sabemos, para que el alumnado investigue y busque nuevos aprendizajes. «¿Para qué voy a repetir en la Universidad lo que está ya en la Wikipedia?», decía.

¿Esto casa con el anuncio de la Ministra de Educación, Pilar Alegría, de que no será necesario superar los exámenes para pasar de curso en la ESO?

Habría que matizarlo. En España, se nos llena la boca con lo que se hace en la educación de Finlandia, pero luego no nos fijamos en todo lo que hacen: allí no repite nadie, no se examina, se evalúa. Ese es otro concepto que, por culpa de la educación que padecemos, está muy devaluado: se confunde evaluar con examinar. En Finlandia, no examinan a nadie; directamente, observan sus aprendizajes y cuando un niño o niña necesita ayuda, se le presta. Esto, no se hace sólo en Infantil o en Primaria. Hace unos años, en un instituto de Girona, el Instituto de Sils, nos decían que la ESO es una etapa obligatoria y, por tanto, no se debe hacer repetir a nadie en esa etapa. Nuestra obligación como centro es ayudar a los niños a aprender hasta donde puedan hacerlo, ayudarles a desarrollar sus capacidades, que son diferentes en cada niño y en cada niña. No podemos estandarizar para que todos sean buenos en lengua, buenos en matemáticas… y si no, les hacemos repetir. No tiene ningún sentido. El anuncio de la ministra va en esa línea, pero tengo mucha curiosidad en ver cómo acaba esto de la LOM-LOE porque el matiz es que una cosa es hacerlo porque el planteamiento pedagógico y educativo es el que estoy comentando y otra cosa es, como ocurre a veces en nuestra educación, que simplemente se trata de maquillar datos y resultados académicos. Una cosa es decidir que no debemos examinar o hacer repetir a un niño porque mi obligación es ayudarle a aprender y no castigarle porque no aprenda. Y otra cosa sería decir que, como nuestras estadísticas a nivel internacional son penosas, por ley digo que está prohibido suspender. Y ya tengo maquillada la estadística. Ocurre mucho con los proyectos de trabajo, que es algo que va a imponer el ministerio en la nueva ley. Lo veo con curiosidad porque en estos momentos muchas escuelas dicen que trabajan con proyectos de trabajo y lo que hacen es coger el libro de la editorial de toda la vida, dar la lección de toda la vida y lo único que se ha cambiado es el nombre. Otra cosa de la que habla mucho la ministra y la nueva ley de la LOMLOE es las competencias. También habría mucho que hablar, pero afirmaría y creo que no me equivocaría que, cuando se apruebe la LOMLOE, las editoriales van a cambiar los libros, pero van a cambiar sólo los nombres: de repente, el libro de matemáticas pasará a llamarse de competencia matemática, el de lengua será el de competencia lingüística. Y las editoriales y la administración van a seguir financiando los libros de texto para mantener esta educación del siglo XVIII. Entonces, soy positivo y esperanzador y miro con curiosidad los cambios que va a haber, pero, como digo, no es lo mismo cambiar porque hay una filosofía detrás, hay un planteamiento pedagógico, hay paradigma educativo diferente; que cambiar sólo los nombres, maquillar el sistema. No sé en qué quedará.

Habla de una educación más personalizada… 

Totalmente, claro.

¿Harían falta más recursos?

No (risas). Es uno de los tópicos no sólo de la educación, en todos los servicios se suele decir que para mejorar algo hace falta más dinero. No, porque depende en qué se gaste el dinero. Lo que hace falta es reflexionar en serio, hacer un análisis de situación real de qué está ocurriendo en nuestra educación, hablándolo con los maestros y maestras, hablándolo con las familias… no desde los despachos de la administración. Cuando se tenga ese análisis de situación, ver cómo se transforma eso. Uno de los males que padecemos en la escuela rural, por ejemplo, es la falta de continuidad del profesorado. Casi la mitad del profesorado cambia cada año de escuela. Eso es terrible. Para que eso se solucione no hace falta gastar ni un sólo euro más: sólo hace falta que una administración, consciente de ello, ponga un artículo en una normativa que diga «desde ahora, los maestros se quedan en su escuela. Punto». Eso no cuesta dinero, es simplemente un cambio normativo, nada más. Pero, para llegar a eso, hay que reflexionar, no pensar en parchear nuestra educación, no en generar titulares de prensa como políticos, sino sentarse en serio con la gente que está en nuestras escuelas para saber qué se está haciendo. He conocido 5 o 6 leyes en mis cuarenta años de maestro; te puedo asegurar que los compañeros que usaban libros de texto hace cuarenta años han seguido con los mismos libros. Y los compañeros que trabajábamos de otra manera, con metodologías activas, con otros planteamientos educativos, daba igual la LOMCE, la LOGSE o la actual ley, hemos seguido trabajando igual. Entonces, o cambiamos eso o no cambiará nada, por mucho dinero que se ponga. Me parece terrible el despilfarro que hay: asistimos a una mercantilización tan bestia del sistema educativo que desde los despachos de las ciudades se coge dinero sólo porque eso genera titulares. Hubo una ministra, no me refiero a la actual, sino a la anterior, que hizo un comunicado para decir que dedicaría 3.000 millones de euros a lo que ella llamaba “digitalizar la educación”, enviando ordenadores a las escuelas. Si vas a las escuelas, te encuentras con que no saben qué hacer con esos ordenadores porque no han formado al profesorado. Y no los habían pedido, se han derrochado recursos por no pararse a hablar con el profesorado que está en las aulas. En mi escuela, he vivido situaciones una y otra vez de pedir cosas que no costaban casi dinero y esas no las conceden. Y no pedir nada, pero que nos enviaran cantidad de recursos que no se aprovechan. La falta de recursos es un tópico, pero no es un tópico actual. En 1905, Bartolomé Cosío, que es uno de los impulsores de la Institución Libre de Enseñanza, en una conferencia de prensa, dijo que uno de los males de la educación era el fetiche de los recursos. En 1905 ya se quejaba de que los maestros decían que necesitaban más recursos. Si coges un ordenador y lo pones en una clase, dejas allí a los niños solos con ese ordenador… eso no supone ninguna mejora en el aprendizaje, para nada, es un despilfarro más.

¿Habría reticencias entre el profesorado para aplicar este paradigma educativo que usted propone?

Lo normal es que haya inercias. El profesorado tenemos una responsabilidad muy grande al trabajar por los niños y las niñas y su educación. Es algo que no tiene garantías, no hay botones que podamos apretar para conseguir que un niño aprenda o no aprenda. Entonces, muchos maestros y maestras tienen miedo al cambio, porque les da inseguridad ese cambio. Ante esa inseguridad, prefieren continuar haciendo lo que han hecho con ellos y con ellas. A partir de ahí, sí podrían surgir algunas reticencias. Pero es más por el miedo y por la inercia a hacer las cosas como se han hecho siempre, es muy difícil de cambiar. Cuando se aprobó la reforma de la LOGSE, quienes estuvieron reflexionando sobre cómo cambiar la educación en este país, no entendían, si estaba tan claro el modelo educativo que se quería poner en marcha, por qué en las escuelas se seguía haciendo lo mismo de siempre. Estoy en contacto con facultades de educación y con profesorado nuevo que llega a las escuelas; y te encuentras con que prácticamente a todo el profesorado, cuando eran niños y niñas, les educaron de una manera tradicional y, cuando han ido a las facultades de Educación, les han seguido formando de forma tradicional. Es normal que lleguen a una escuela y que, aunque vean que hay conflicto, que hay cosas que no les gustan, llevan toda la vida con un mismo sistema educativo. Cambiar eso es difícil.

Esta entrevista fue originalmente publicada en eldiario.es

CGT Enseñanza Aragón

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